Thursday, 24 October 2019

Capitaloceno y adaptación elitista

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Capitaloceno y adaptación elitista

Omar Ernesto Cano Ramírez*
Palabras clave: Capitaloceno, crisis climática y ecológica, elitismo

Del Antropoceno al Capitaloceno
Desde que Paul Crutzen ─premio Nobel de Química─ propuso el concepto de Antropoceno en 2002 (Crutzen, 2002), su significado ha variado según el reduccionismo o la amplitud de los análisis, así como el uso político que se haga de él. Si bien el concepto de Antropoceno es útil para marcar un cambio en la historia geológica causado por las actividades humanas y mostrar los impactos negativos sobre el clima, carece de la precisión suficiente como para no ser manipulado y justificar más de lo mismo. Quienes ven en el Antropoceno la culminación del potencial humano para dominar y controlar la naturaleza difunden la idea de que el cambio climático y el calentamiento global no son sino males menores que pueden ser resueltos con más tecnología. Para ellos la humanidad, lo mismo que los ecosistemas, tiene la capacidad de adaptarse a cualquier nuevo escenario, por lo que no es necesario reducir el consumo material y el crecimiento industrial, todo lo contrario, “el planeta es más productivo que antes de ser alterado por los humanos”, y si fuimos capaces de adaptarnos a problemas anteriores, lo volveremos a lograr. En torno a esta noción está la idea de que el Antropoceno ha sido causado por nuestra naturaleza humana,[1] que es egoísta, individualista, nos impide ver más allá del corto plazo y nos impulsa a la conquista de la naturaleza. De esta manera, si todos tenemos la misma naturaleza, todos somos responsables de los problemas del Antropoceno. Una postura en consonancia con los Gobiernos y las empresas que prometen en cada crisis generar más riqueza y más consumo; agentes que mediante el uso de mecanismos legales y de propaganda hacen a todos responsables de la crisis actual (Vansintjan, 2016).
Si bien el término Antropoceno alude a que la humanidad ha sido la responsable de los cambios ambientales, no dice qué tipo de humanidad es. En la historia de nuestra especie han existido diferentes tipos de sociedades y la responsable de la actual crisis es una en particular: la capitalista. El concepto de Capitaloceno tiene la precisión requerida para incluir las contribuciones del Antropoceno y para evitar su manipulación a diestra y siniestra. El concepto de Capitaloceno alude a que, si bien fue con la Revolución industrial que comenzó la quema de combustibles fósiles y la expulsión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, esa revolución no se dio en un vacío social. Al contrario, se desarrolló dentro de un sistema económico que requiere e impulsa la innovación tecnocientífica para movilizar mercancías lo más rápido posible a distancias crecientes. Nos dice, además, que en el capitalismo hay grupos con mayor poder para establecer las dinámicas productivas y de consumo a través de medios legales, políticos, religiosos, psicológicos y hasta militares. La unión infernal entre capitalismo y fosilismo no fue casual; fue el resultado de disputas políticas y económicas desiguales. En el Capitaloceno, la crisis ecológica y climática no fue impulsada por todos, porque no todos han tenido el mismo poder social para influir sobre la estructura económica: desde los esclavos usados para el desarrollo del capitalismo europeo, pasando por las comunidades indígenas casi exterminadas y marginadas, hasta la gente que desde el siglo xx sufre la miseria y explotación laboral, la mayor parte de la población no ha contribuido a la crisis que enfrentamos (Altvater, 2011; Malm, 2016; Moore, 2016).
El Capitaloceno no es culpa suya
Imagine usted tener que decirle a una familia que ha vivido siempre en la miseria y cuyos hijos están famélicos y desnutridos ─896 millones de personas viven en la extrema pobreza y alrededor de 2200 millones, en la pobreza (Leary, 2015)─ que esta crisis es también su culpa y que debe hacer sacrificios para contribuir a solucionarla. No se preocupe, usted no tiene que hacer eso. En cambio tiene que difundir lo siguiente: gracias a varios estudios, podemos probar la responsabilidad de los ricos y poderosos en la crisis actual.
  1. En 2015, la mitad de las emisiones totales de CO2 fueron responsabilidad del 10 % de la población con más riquezas ─700 millones de personas─, mientras que la mitad de la población mundial ─3500 millones─ solo generó el 10 % de las emisiones. Aún peor, las emisiones de carbono del 1 % más rico son 30 veces mayores que las del 50 % más pobre y superan 175 veces las emisiones del 10 % más pobre (Oxfam, 2015).
  2. Los agentes más contaminantes en la historia del Capitaloceno han sido las corporaciones petroleras y cementeras. Entre 1751 y 2010, tan solo 90 corporaciones de este tipo emitieron el 53 % del total de gases de efecto invernadero acumulados. 55 empresas petroleras produjeron el 77,5 % y solo 10 empresas privadas, el 15,8 % (Heede, 2014).
  3. Hay una institución del país más contaminante que es la que más petróleo quema desde el inicio de este siglo: el Departamento de Defensa de Estados Unidos. Desde 1999 consume alrededor de 100 millones de barriles de petróleo al año, con picos como el de 2004, cuando gastó 144 millones con motivo de la “guerra contra el terrorismo”. En 2006 consumió la misma cantidad que toda la población de Nigeria ─con 140 millones de habitantes─ y su gasto fue 10 veces el de China y 30 veces el de África. Y en 2011 el consumo per cápita de todo el personal militar y civil del Departamento de Defensa fue un 35 % mayor que el consumo per cápita de todo Estados Unidos (Karbuz, 2006, 2007; Daily Energy Report, 2011; Meyer, 2008).
Riqueza y pobreza: entre sobrevivir o morir
La economía que está en la base del Capitaloceno distribuye de manera desigual la riqueza, los medios para vivir, los privilegios y el poder. En la época actual esta desigualdad ha llegado a niveles obscenos (Oxfam, 2017). En este contexto de desigualdad extrema, la crisis climática y ecológica tiene efectos muy diferentes para cada persona. En las décadas recientes los “desastres naturales” han golpeado con mayor fuerza a las comunidades marginadas y de bajos ingresos, a los grupos raciales segregados y, dentro de todos ellos, a las mujeres y los niños. Basta con ver lo que en Estados Unidos ─el país más rico─ ocurrió durante la ola de calor de Chicago (1995), el huracán Katrina en Nueva Orleans (2005) y la tormenta Sandy en Nueva York (2012). Mientras que los ricos tuvieron los medios para irse a tiempo a sus casas en otros estados o a hoteles con aire acondicionado, la gente de ingresos bajos ni siquiera pudo huir (Angus, 2016).
Esta crisis no va a generar conflictos sociales de la nada, sino que exacerbará los ya existentes dentro de un contexto de altas tensiones sociales. Y dado que actualmente los sistemas naturales y artificiales ─economía, bancos, agricultura, sistemas de distribución de agua, guerra, etc.─ de los que dependemos son cada vez más propensos a rupturas violentas, los conflictos por los alimentos, el agua, los combustibles fósiles y el territorio no harán sino agravarse. Esta relación no es algo a futuro, sino que ya se dio en países como Siria y Afganistán, donde las sequías se conjugaron con conflictos bélicos regionales (Fischetti, 2015).
Adaptación elitista
El concepto de Capitaloceno, a diferencia del de Antropoceno, nos permite advertir sobre una élite que se resiste a cambiar el rumbo de la crisis. Cuando esta élite dice que no son necesarias acciones urgentes y radicales y que se puede mantener el nivel desigual de consumo, está jugando con la vida de miles de millones de personas. Cuando el exejecutivo de ExxonMobil y actual secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, dice “nos adaptaremos”, no se refiere a quienes viven en la pobreza o a quienes se sustentan con un trabajo inseguro y mal pagado, sino a los de su clase, al 0,001 % más rico del mundo (Spanger-Siegfried, 2017). Las políticas con que la élite favorece su salvación son una mezcla de negacionismo, negligencia calculada y militarización.
El negacionismo es un mecanismo que impide que se pongan límites al poder y al enriquecimiento de las petroleras, los países ricos y los ejércitos. Las petroleras aborrecen la idea de dejar miles de millones de dólares bajo el suelo, y gracias al negacionismo pueden retrasar la presión social sobre ellas y continuar la extracción de todos esos petrodólares. Por su parte, la negligencia calculada sirve para lograr y justificar el exterminio de la “población sobrante-conflictiva” y el enriquecimiento con los “desastres naturales” (Angus, 2016). Ante la disyuntiva de ayudar o no a los afectados por la crisis climática, la élite decide no hacerlo porque hacerlo causaría más muertes. ¿Cómo es esto? Tomemos como ejemplo la crisis migratoria hacia Europa en 2014-2015, cuando los países ricos se negaron a implementar un programa de salvamento en el mar bajo el argumento de que hacerlo motivaría a más personas a migrar. Los países más ricos de Europa simplemente no actuaron y los dejaron desamparados. Esta negligencia también es beneficiosa para los negocios privados. Cada “desastre natural” presenta la oportunidad de hacer jugosos negocios con la reconstrucción de servicios públicos e infraestructuras, de la mano de su privatización y de la concesión de préstamos a los Gobiernos y a la población afectada, y con la introducción de filiales, mercancías y propaganda.
Otra forma de exterminio y adaptación selectiva es el uso del aparato militar para mantener a las personas pobres y marginadas lejos de los centros de opulencia y abundancia. La militarización de la cuestión ambiental existe desde 1990, cuando cayó la Unión Soviética y se tuvo que justificar el enorme presupuesto de guerra (Angus, 2016). Las Estrategias de Seguridad Nacional de Clinton, Bush hijo y Obama han definido la crisis climática como un riesgo para la seguridad nacional y los intereses de Estados Unidos. En 2003 un estudio financiado por el Pentágono, An abrupt climate change scenario and its implications for United States National Security [“Un cambio climático abrupto y sus consecuencias para la Seguridad Nacional de los Estados Unidos”], planteó que Estados Unidos debía proteger sus fronteras con fortalezas físicas de la entrada de desplazados y refugiados climáticos, así como de aquellos países que codiciarán sus recursos. En 2015 el informe Energy security and sustainable strategy [“Seguridad energética y estrategia de sustentabilidad”] del Departamento de Defensa asumió el fin del “acceso libre” a la energía, al agua y al territorio, y como solución planteó recurrir a la fuerza militar con el objetivo de asegurar los recursos necesarios para cumplir los objetivos de Estados Unidos alrededor del mundo.
Esto es solo una advertencia para todo aquel que desee impedir una catástrofe climática y ecológica que no hará sino golpear primero y más fuerte a los menos favorecidos. Si hace treinta años era razonable plantear que el calentamiento global se podía prevenir con actos individuales, pues la ciencia climática todavía no tenía conclusiones de gravedad y se pensaba que aún se tenía tiempo, en estos momentos de urgencia, aislarnos en nuestro ámbito individual no es la opción. Ahora sabemos mejor que esta crisis fue causada por una élite organizada, pero también que son los movimientos sociales ─no elitizados─ los que evitan que esta élite imponga salidas en su propio beneficio. Son ellos quienes enfrentan a las corporaciones contaminantes, fuerzan a los Gobiernos a dejar de subsidiar a las petroleras y los obligan a impulsar la energía solar localizada y democrática. Si no se logra esto, la élite seguirá con más de lo mismo para que se salve solo ella.
Bibliografía
Altvater, E., 2011. El fin del capitalismo tal y como lo conocemos. Barcelona, El Viejo Topo.
Anders, G., 2004. Tesis para la era atómica. Artefacto, 5, pp. 1–11.
Angus, I., 2016. Facing the Anthropocene: Fossil capitalism and the crisis of the earth system. Nueva York, Monthly Review Press.
Crutzen, Paul, 2002. “Geology of mankind”. Nature, 415(23), (enero). Disponible en: https://www.nature.com/nature/journal/v415/n6867/full/415023a.html, consultado el 21 de abril de 2017.
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Karbuz, S., 2007. “US military energy consumption, facts and figures”. Resilience (mayo). Disponible en: http://www.resilience.org/stories/2007-05-21/us-military-energy-consumption-facts-and-figures, consultado el 28 de marzo de 2017.
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Malm, Andreas, 2016. Fossil capital. The rise of steam power and the roots of global warming. Londres, Verso.
Meyer, Sarah, 2008. “The Pentagon and oil”. Global Research (24 de julio). Disponible en: http://www.globalresearch.ca/the-pentagon-and-oil/9670, consultado el 28 de marzo de 2017.
Moore, Jason W. (ed.), 2016. Anthropocene or Capitalocene? Nature, history and the crisis of capitalism. Oakland, PM Press.
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Vansintjan, A., 2016. “The Anthropocene debate: why is such a useful concept starting to fall apart?”. Resilience (junio). Disponible en: http://www.resilience.org/stories/2015-06-26/the-anthropocene-debate-why-is-such-a-useful-concept-starting-to-fall-apart/, consultado el 28 de marzo de 2017.
* Centro de Estudios Latinoamericanos, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. ✉ ernesto.cano06@gmail.com
[1] El concepto de naturaleza humana hace referencia a una esencia inmutable y universal que todas las personas tenemos por el hecho de pertenecer a la especie humana. Esta naturaleza ha sido siempre la misma, en todos los lugares y en todos los tiempos, y determina por completo nuestros actos. Esta idea hace mucho que dejó de servir para explicar la evolución humana.
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