Wednesday, 8 May 2013

polis 6 | 2003 : Voces y susurros de la esperanza

polis
http://polis.revues.org/6428

Lente de aproximación

Voces y susurros de la esperanza

Les voix et les murmures de l'espérance
Voices and whispers of hope
Joaquín García Roca
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Resúmenes

El autor abre una amplia y profunda interrogante sobre la esperanza, recordándonos que en torno a la guerra se elevan las manifestaciones a favor de la paz; teniendo éstas su expresión principal en los foros anti-globalizadores y en los consejos ecuménicos, actuando como una presión desde abajo, que moviliza las conciencias y obliga a la clase política a saldar las cuentas con la voluntad popular. Es la sociedad civil mundial tras nuevas metas de humanización y emancipación, y desarrollo de la conciencia mundial de la interdependencia. Nos propone finalmente que rastrear la esperanza, con sus distintos ropajes, en el interior del conflicto bélico significa reconocer que la historia no está sellada.
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Texto integral

Prólogo

  • 1  Las tesis del artículo están desarrolladas en el libro del autor Paisaje después de la catástrofe.(...)
1El siglo XX se cierra sin respuesta a la pregunta kantiana sobre “qué podemos esperar” y en cierto modo, asfixia todos los satélites, que tradicionalmente se hermanan con la esperanza: el futuro y las utopías, la voluntad de cambio y el deseo de alternativas.1El camino de la esperanza se aleja de su tiempo propio, el futuro, y se adentra por las nostalgias del pasado (restauración) o por las complacencias del presente (pragmatismo). El cambio ha caído vencido por la fatalidad y el realismo; los que creyeron, que la realidad podía ser cambiada, han quedado deslegitimados social y políticamente. Las utopías se encuentran bajo sospecha allí donde se impone la razón instrumental y no se consiente de buen grado ninguna transgresión. Los deseos del sujeto son tan funcionales al sistema, que se identifican con los medios y no abren resquicios para la alteridad.
  • 2  Sabato, E. (1999)Antes del fin, Seix Barral, Barcelona, p. 187.
2Esta cancelación de la esperanza ha sido advertida desde todos los observatorios y el dique de la esperanza ha estallado e inundado de impotencia la vida cotidiana y el imaginario popular. Pero, mientras tanto, la esperanza se transforma en otros ropajes, cambia de domicilio y acampa entre aquellos, que la necesitan para sobrevivir. En medio y en contra de lo negativo de la historia han ido brotando signos de esperanza, a veces tan fugaces. Pero como propone Ernesto Sábato “una nueva ola de la historia nos levanta. Quizá ya lo está haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno”.2

Los sismógrafos de la esperanza

3La esperanza está en búsqueda de otros mimbres con los que construir una historia abierta y esperanzada, de nuevos sujetos históricos que sean capaces de universalizarla y de nuevos escenarios donde se domicilia. Mimbres, sujetos y escenarios se condensan en aquellos seres que están amenazados de desesperanza: los excluidos socialmente, los marginados religiosamente, los oprimidos culturalmente, los dependientes socialmente, los minusválidos físicamente, los atormentados psicológicamente, los humildes espiritualmente. Todos esos “don nadie” son lugares privilegiados del surgimiento de la esperanza y sus sismógrafos ya que como advierte John Berger “en el lugar de la pérdida nace la esperanza”. Podrían haber sido un fuerte aliado en la actual geopolítica de la desesperanza, pero no ha sido así.

La esperanza es para los desesperanzados

4La esperanza es para los desesperanzados; para aquellos que la necesitan para vivir, y en aquellas situaciones donde sólo ella puede dar razones para salir adelante. Los instalados y salvados no la necesitan. Mientras una ola de impotencia recorre las sociedades de la abundancia, la esperanza se domicilia en los empobrecidos de los “sures” de la tierra, en los excluidos de los “nortes” del planeta y en las víctimas del Sur y del Norte.
5Los voceros de tiempos sin esperanza sólo proclaman realmente la crisis de su sociedad burguesa, que la hipotecó en una versión muy particular de imaginar el presente y el futuro, incapaz de imaginarla para todos. La crisis actual tiene que ver con el fin de un modelo de proyectar el futuro para todos. Los creadores de esperanza hoy no son los portadores de la modernidad, sino sus víctimas y perdedores. Importa, en consecuencia, mostrar que la esperanza producida en ciertos escenarios produce praxis liberadora para todos, y sólo desde ahí, la esperanza se muestra verdadera a pesar de sus oscuros registros.
6De este modo, la esperanza se desvela por contraste. Acampa donde no se le busca, donde menos se le espera, en las periferias y en los rumores de las víctimas; es allí donde se vislumbra la realidad como esperanza; lo que se oculta a los satisfechos se desvela a los hundidos; en ellos se experimenta la alteridad no manipulable. En confrontación con la inhumanidad, cada época ha construido sus propios relatos de esperanza. Al modo como sucedió con uno de los símbolos mayores de esperanza, la resurrección de los muertos, cuando fue anunciada originariamente a los abandonados y proscritos, a los crucificados y humillados, no a los beneficiarios de la sociedad judía de la época.
7 Asimismo, los sujetos históricos de la esperanza serán aquellos que sean capaces de universalizarla, ya que si ellos han podido esperar, nadie está legitimado para desesperar. Si en el interior del Holocausto o en el Gólgota o en los terremotos centroamericanos se esperó, nadie está acreditado para dejar de hacerlo. Si ellos tienen motivos de esperanza, todos pueden tenerlos. En consecuencia, la esperanza de los últimos no es para ellos: desde ellos, se ven engañosas las proclamas sobre una sociedad sin alternativas, desde ellos, se ven mentirosos los discursos actuales sobre el fin de la historia, que sólo sirven para estabilizar la injusticia. Pero sobre todo, desde ellos, se ve encubridor que la humanidad se haya quedado sin imágenes para caminar ya que ellos salen adelante sin imágenes establecidas y guiones previos: no saben demasiado pero lo suficiente para sobrevivir exclusivamente por el dinamismo de la esperanza. En esos escenarios, se camina sin imágenes porque allí la esperanza no está reñida con la oscuridad, como postulaba aquella tradición bíblica, que prohibía hacer imágenes de la tierra prometida a la vez que impulsaba a caminar hacia ella. En la quiebra de un mundo inhumano, se abre el futuro como promesa.

Mensajes y rumores

8Si la esperanza se recrea desde las venas abiertas de aquellos lugares donde se le necesita para vivir, cada generación la produce con materiales de su tiempo, según las estructuras sociales y las expectativas culturales de cada época. Su nacimiento, como todo parto, viene envuelto de aguas sucias, sin que se sepa bien cuáles son sus mensajes y cuáles sus rumores.
9Los modos de esperar están socialmente construidos y culturalmente conformados. De este modo, la esperanza anda codificada y es tarea urgente descodificarla ya que se sustancia en cada época con los materiales y expectativas propios de cada tiempo. Las formas de la esperanza son plurales y poliédricas, y no hay una forma de la esperar como “es debido”, ni en razón a sus orígenes ni en razón a sus contenidos. Cada una de ellas, debe ser juzgada desde su capacidad de producir procesos de liberación social y emancipación personal. Desde la construcción bíblica era distinta la forma de esperar en tiempo del exilio, que en tiempo de la monarquía, era distinto anunciar la salvación definitiva en tiempos de persecución que en tiempos de dominación; cuando les preocupaba el abandono del justo por parte de Dios, que cuando Este se mostraba parte de su heredad.
10Las formas de la esperanza son arquetipos, que se reafirman en la antropología cultural, en el cine, en la televisión, en las circunstancias más triviales y en los más sofisticados juegos del ordenador. Son una especie de instrumentos hermenéuticos, que sirven para urbanizar la esperanza y trazar planos. Es necesario, pues, descodificar los mensajes, que encubren los rumores.
11Las formas de esperar se sobreponen en mezclas y complejas tramas, que desarrollan los tres códigos de la esperanza con sus respectivos satélites, constelaciones conceptuales y herramientas operativas. Así lo ha entendido la literatura, ese gran revelador de anhelos y expectativas: los portadores de esperanza en el interior de las pestes medievales, se le asignaba al ejército como contrapoder y controlador de sus efectos; en otros casos, la peste servia para desvelar la esperanza como transgresión y ruptura y en tiempos más recientes, la peste creaba esperanza en la medida que era capaz de autentificar la responsabilidad de cada uno.

Los códigos de la esperanza

12La antropología cultural ha identificado tres voces de la imaginación colectiva: el mesianismo, la posesión y la utopía (Laplantin); los exegetas bíblicos han identificado materiales de tres tradiciones diferentes en la construcción de la esperanza: la apocalíptica oriental, el mesianismo judío y la teleología griega.(Von Rad). Si ayer, el gran relato bíblico de la esperanza, atendió al movimiento apocalíptico, que se cultivaba en Babilonia, a la mentalidad teleológica, que se insinuaba en el helenismo y a la experiencia profética, que se generaba en el interior del pueblo de Israel, es que cada tiempo construye los predios de sus esperanzas.

Esperanza y alteridad

La esperanza se emparenta con la alteridad, que constituye de este modo un rasgo antropológico esencial; su realización histórica se puede desplegar como evolución (teleología) como ruptura (apocalíptica) o como acción creadora (profetismo).
13La esperanza teleológica postula un final (telos) a través de un proceso determinado e irreversible (logos); con la misma certeza que la semilla culmina en árbol, la meta viene determinada por el principio. La espera teleológica se sustancia en un proceso que se va cumpliendo progresivamente, como una realidad afincada en el proceso mismo. El final determina la dirección a seguir, como un proceso mecánico y progresivo que va de las cuevas a los rascacielos. Bastará que un contrapoder, un fuerte aparato estatal o potentes instituciones sociales, controle las disfunciones.
14En el código apocalíptico, se desconfía de la evolución como portadora por sí misma de futuro: los beneficios no vendrán por maximizar lo que ya tienen, sino por la ruptura con lo viejo y la emergencia de lo otro. Postula un concepto de historia como decadencia y declive; la emancipación es traída por el caos y la destrucción de lo existente. Ante las catástrofes sólo es pertinente la transgresión y la ruptura. El anhelo apocalíptico expresa un cambio radical que ha de trastocar la realidad: el fin de la injusticia coincide con el final de este mundo tal como lo conocemos, y por ello el triunfo de la justicia no es descrito como renovación y transformación, por muy radical que se piense, sino como fin de la historia; recupera la idea de catástrofe como puerta de entrada en el tiempo final con el objeto de limpiar la escoria de la historia y la caducidad del tiempo penúltimo.
15El profetismo, por su parte, postula un concepto de historia abierta a la libertad y confiada a la responsabilidad; la novedad es traída por la transformación y las alternativas. El tiempo primordial es el acontecimiento que produce autentificación y verdad. La historia está por hacer y es el espacio de la responsabilidad. Lo negativo de la realidad es una convocatoria a la acción ética y a la política transformadora. Si se anuncia un futuro sin males es para trasformar el presente. La historia se representa como una posibilidad abierta tanto hacia su destrucción como hacia su plenitud, depende finalmente de la decisión libre, que la conduce y la guía.

Los tiempos de la esperanza

La teleología se sostiene sobre la experiencia lineal, concreta y planificable del tiempo, orientada al futuro e incubada por el principio de “más y mejor”. Sus sacramentales son el reloj y la futurología.
16En los anhelos apocalípticos, el final acontece como término puntual, como un punto de encuentro, como una estación terminal en que finaliza y acaba la historia. En la apocalíptica, el tiempo primordial es el presente, instantáneo, mágico y discontinuo. Es el tiempo que se experimenta en la fiesta y en el enamoramiento y se despliega en impaciencia, efervescencia y génesis. Se considera que es un tiempo circular porque estamos sometido al retorno de los mismos acontecimientos. En la forma apocalíptica de la esperanza, hay una disponibilidad para desarrollarse siempre hacia lo peor; la historia se representa como un ritual de tránsito para comenzar desde la raíz.
17En el código profético, la historia es el producto de las decisiones de los seres humanos, que pueden destruirla o planificarla. La historia está sembrada simultáneamente de gérmenes, que ya están plantados en lo viejo, y de complicidades que amenazan la propia historia y sus resultados. El vehículo fundamental del profetismo es la acción creadora que trae novedad. Se trata de un proceso libre con embotellamientos y atascos, donde se conocen la amargura del cáliz y también los brindis de lo logrado. Para los anhelos proféticos, el tiempo es una categoría estrictamente humana, que se vivencia en la hora de la decisión; es en ella donde se culmina y se planifica la existencia y su relación con el mundo y con los otros; combina el presente y el futuro, y se representa el final como un acontecimiento que culmina el tiempo, pero a la vez lo colma, mediante una experiencia temporal, que combina el presente y el futuro en una difícil síntesis entre el "ya" y el "todavía no".

Esperanza y dinamismos vitales

La esperanza se hermana con el optimismo en el caso de la teleología, con el pesimismo en el caso de la apocalíptica y con la confianza en el caso del profetismo.
18Para la teleología la esperanza es un satélite del optimismo histórico, ya que ir adelante está en la naturaleza misma de las cosas; basta la razón interna, para que se culmine forzosamente un proceso. Los bienes deseados se alcanzan como despliegue de una nota constitutiva del ser humano y de la naturaleza de las cosas. El mal y el sufrimiento son meras disfunciones que no pertenecen a la naturaleza de las cosas y el propio sistema tiene suficientes potencialidades internas para rehacerse. “Se trata tan sólo de un desajuste y de una brecha que indica sólo la grandeza del propio sistema”, declaraba un profesor de la Universidad de Miami a la CNN con motivo de los atentados a las Torres Gemelas. Es un simple peaje de un mundo, que quiere ser único e interconectado y abre sus fronteras a otro tipo de amenazas y riesgos.
19La apocalíptica expresa un cierto pesimismo sobre las posibilidades en la historia. Sólo en una historia radicalmente distinta pueden cambiar las cosas. La intención apocalíptica afirma el consuelo y la resistencia, aun cuando el momento sea muy denso; la “historia sigue estando bajo Dios incluso en los momentos de dureza, de derrota y de abandono” (González Faus: 719). Los sentimientos apocalípticos son, en última instancia, de consuelo y de resistencia ya que al final Dios vencerá. En la apocalíptica late el pesimismode que esta historia no puede recibir a Dios, sino que se necesita un mundo radicalmente distinto para que Dios pueda hacerse presente.
20El profetismo, por su parte, invoca la resistencia como esfuerzo y como gracia, como conquista y como promesa; no sabes si resiste la persona libre o es el pueblo quien le hace resistente; late la confianza crucificadade que esta historia podrá generar, aunque sea germinalmente, el futuro deseado pero bajo la imagen de un amplio y profundo desierto. En la esperanza profética triunfa la confianza en que se puede salir adelante y pellizcan trazos de optimismo con segmentos de pesimismo; construyen de este modo una especie que podríamos llamar de confianza crucificada.

Esperanza y simbología religiosa

Los códigos de la esperanza fecundan, asimismo, la experiencia religiosa; de ella recibe su acreditación social y plausibilidad subjetiva.
21En contextos teleológicos, se produjo el mesianismoque culmina en la “instauración universal” implantada germinalmente por el “primogénito de muchos hermanos”; la esperanza es traída por nosotros en un largo proceso; de suerte que “el primero” lo es de una cadena en la que están integrados todos. Por la experiencia teleológica es posible entender cómo se puede transformar la cristología histórica en cristología ecológica. (Moltmann, “Cristo para nosotros hoy”, p. 71)
22Desde la perspectiva apocalíptica, la radical esperanza en Dios, en medio de crisis históricas, se sustancia en la resurrección de los muertos. Cuanto más grave es la crisis del pueblo, más se espera la salvación poderosa de Dios, de modo que ni los mayores escándalos de la historia pueden ponerla a prueba. La apocalíptica concentra en la formulación “resurrección de los muertos”la expresión máxima de la fe. (Sobrino: 67, Kessler: 48), para expresar de este modo la reacción de Dios a la acción de los seres humanos, como la justicia que hace Dios a quien aquellos han asesinado injustamente. La esperanza apocalíptica enfatiza la justicia, como triunfo de la víctima sobre el verdugo. “El coraje cristiano de esperar la propia resurrección vive del coraje de esperar la superación del escándalo histórico de la injusticia” (Sobrino: 72)
23En el contexto profético, la experiencia religiosa se hermana con la utopía histórica, que se expresa en la categoría “reino de Dios”que puede acaecer o no según la implicación de la libertad personal y colectiva; puede fracasar ya que dependen también de la responsabilidad, mientras en la apocalíptica se afirma la victoria de Dios, en el profetismo se reconocen el poder de los ídolos que están en lucha contra Dios. En esta batalla, “Dios será todo en todos”.

Generadores de esperanza

Cada código dispone de sus propios generadores de esperanza, que se despliegan en potenciales y energías para la acción.
24En el mundo de la teleología adquiere importancia el potencial de la imaginación que proyecta el futuro como potenciación del presente. Su órgano es la futurología que permite adelantar sus metas por conocimiento de las tendencias del presente. Al seleccionar las tendencias, que van más y a mejor, la imaginación activa el potencial de la celebración, tanto del éxito como de la fatiga. La celebración personal y comunitaria es sanante y reparadora y es ocasión para el encuentro y la fiesta, que regenera la esperanza. Quien quiera devolverle la esperanza al pueblo norteamericano, desde esta perspectiva teleológica, tendrá que arreglar el desajuste preparándose “para una guerra larga y sin tregua mediante una campaña sostenida contra los terroristas y los países que les cobijan” (El Presidente Bush). De este modo, la esperanza teleológica contribuye a la estabilidad, al orden y a la cohesión social y sobre todo a la reconciliación de los descontentos en situaciones de máxima inseguridad, impotencia y desilusión. “Lo peor ya pasó” dirá el presidente de El Salvador el día mismo del terremoto.
25En el mundo apocalíptico se genera el potencial de indignación, que abre a la alteridad en contacto con aquella inhumanidad, que hiere y ofende; hiere cuando es inevitable y ofende cuando es culpable. Dejarse afectar por lo inhumano es un generador de esperanza. El lugar convencional de la esperanza es la experiencia humana de la muerte en medio de la vida, del abandono en medio de la abundancia, de la soledad en medio de la comunicación, de la pobreza en medio de la prosperidad, de las penalidades en medio de la buena suerte. Los contrastes producen reactivamente esperanza a través de la indignación.
26En el mundo profético, nace el potencial de la justicia como reclamo primario de una realidad más ajustada a los seres humanos. En los caminos desérticos y en las sendas oscuras producidos por la injusticia aparece el coraje de la esperanza. La justicia en el ámbito profético activa el potencial de la piedad, que se despliega en sensibilidad compasiva hacia el otro y se despierta en contacto con el sufrimiento humano. Hay una piedad, que reacciona ante cualquier modalidad de sufrimiento. Esta piedad confierecercanía a aquellos lugares expropiados de la propia vida y dominados por los triunfadores; esos lugares revelan a los pueblos de la abundancia que se puede vivir no según los valores del consumismo, individualismo, y autocomplacencia, sino muchas veces en contra de ellos. Y con la piedad, nace el potencial del ánimo, que se despliega en magnanimidad, esa energía que impulsa hacia lo alto, hacia lo que tiene valor. La grandeza de ánimo está en el origen de la esperanza y a la vez es una consecuencia de la misma. Para devolverle la esperanza al pueblo norteamericano al día siguiente de los atentados a las Torres Gemelas, el Cardenal de Nueva York propone “coraje y valor, consuelo y fortaleza y confianza ante el futuro”. “Estoy seguro, decía el Cardenal, en los funerales por las víctimas, que evitaremos que cualquier grupo sea sometido a abusos por los desaciertos de algunos individuos; estoy seguro que no albergaremos sentimientos de guerra sin contemplar lo que es justo; estoy seguro que reconstruiremos los lugares destruidos. La esperanza ante el futuro me la da haber visto la respuesta que la ciudad está dando en el presente. Nos levantaremos las mangas y lo haremos”.

El destino universal de la esperanza

27La esperanza tiene un destino universal, ya que pretende alcanzar a todos e íntegramente: a la naturaleza y a la historia, a los integrados y a los excluidos, a los vencedores y a los vencidos. La realización histórica de la universalidad se puede alcanzar en razón de la naturaleza de las cosas según el código teleológico, en razón de garantizarla a los perdedores en el caso de la apocalíptica y en el profetismo se acredita universalmente en la opción por las víctimas.
28En la esperanza de los últimos, se empieza a recuperar la tierra como hogar, sin la cual no existirá futuro para ellos. Esto es la alianza entre los perdedores y la solidaridad con las víctimas. Si hay que esperar en tiempos en los que se ha hecho difícil la esperanza, es en y desde los empobrecidos y excluidos, que se puede recuperar la universalidad de la esperanza, que consiste en que, paradójicamente, desde la parcialidad a favor de los desesperanzados podemos rehacer la esperanza.
29Para ellos, la teleología tiene la ventaja de expresar que la esperanza es traída por nosotros en un proceso largo y continuo; su resultado pertenece a la historia, ya que estaba actuante en el origen de manera germinal y se extiende al futuro; está en ventaja para incorporar los elementos cósmicos, abarcantes de una historia que asume también el destino de la naturaleza.
30La dimensión universal de la esperanza se alcanza en el profetismo mediante la opción por las víctimas como lugar de universalización, ya que cuando las víctimas tienen la vida y sus derechos reconocidos, los tienen todos. Insisten en recurrir a instituciones jurídicas internacionales para llevar a la justicia a las personas responsables.

Contextos socio-históricos

31Cada uno de los códigos de la esperanza se enraíza en unos procesos históricos y es sostenido por unos actores sociales. Los poderosos engarzan, más bien, con la tradición teleológica quien les confiere sus formas más específicas de esperar. Quien detenta el poder está interesado en que la historia continúe desarrollándose hacia el fin que él mismo ha determinado. Para él, el futuro es continuación del presente, el crecimiento económico y el progreso científico son sagrados y lo que definitivamente importa es aumentar el poder por la vía de la acumulación. Quien, por el contrario, está en posición de subalterno o de impotencia no tiene ningún interés por una historia que se desarrolla sin plazos, sino prefiere que llegue lo más rápidamente posible a su final, "mejor un fin horrendo que un horror sin fin". Estos últimos esperan en un futuro alternativo, en una liberación de la actual miseria, en una redención de la impotencia (Moltmann: 151-152).
32La teleología ha adquirido su esplendor en el contexto de los procesos de modernización, En su interior, anida la tensión utópica en forma de ideología del conquistador, que se despliega en relaciones de dominación, en darwinismo social y en ideología del progreso. Bastará para ello que se confíe en los grandes gigantes de la reconstrucción (Estado y Mercado) y se les atribuya cualidades cuasi-divinas.
33Para el ejercicio de estas funciones, las convicciones teleológicas necesitan reducir la tensión utópica a un engranaje funcional a través de una triple operación: la gestión burocrática y autoritaria, la conversión intramundana de la esperanza y el fundamentalismo de corte religioso o secular.
34Los perdedores, por el contrario, se domicilian en la apocalíptica a través de la cual canalizan su frustración social por la vía de la insurgencia, con sus satélites de rebelión, violencia y revuelta. La apocalíptica tiene la ventaja de expresar un cambio radical de las cosas, la radical superioridad del nuevo estado sobre el antiguo, que nacerá a través de la aniquilación de lo existente.
35El profetismo tiene la ventaja de hermanar la esperanza con la libertad; la superación de la pobreza y de la exclusión vendrán si la traemos y la resistencia se construye con esfuerzo, sudor y lágrimas. La esperanza apocalíptica recupera el valor de lo metapolítico; el universo apocalíptico, al tiempo que desconfía del poder, afirma el valor liberador del espacio pre-político y meta-político. Hay gritos apocalípticos, que alumbran una realidad, que se impone en su desnudez, previamente a toda instancia socio-política. La nuda realidad del sufrimiento inocente y el desagarro absoluto de la atrocidad son acontecimientos de suyo apocalípticos, que introducen el valor de lo pre y meta-político, a cuya luz se muestra la densidad y la gravedad de la situación. La existencia de algo pre-político marca la alteridad de lo previo y fundante, que no puede manipularse y sólo puede afirmarse en su absolutez. Este distanciamiento apocalíptico permite trasladar la mirada del dinamismo interno, que quería la teleología, al conductor, Dios mismo, que guía la historia.

Susurros de esperanza en la guerra de Irak

36Los conflictos militares en torno a los atentados del 11 de septiembre serán recordados, por unos, como acontecimientos de liberación, que cancelaron la deuda contraída con la tiranía de Sadam Hussein; para otros, serán simplemente un episodio de barbarie, que consagra el poder ilimitado y la dominación mundial de EE.UU. Para todos, la guerra de Irak y las que puedan derivarse de aquellos atentados, son una especie de agujero negro en el que se densifican fracasos colectivos y agravios inmemoriales, producidos por la actual organización mundial.
37Si en todo acontecimiento histórico existe una conversación entre las distintas formas de esperar, en la guerra de Irak se han concitado los tres códigos, con sus motivos, expectativas e imaginarios propios. Desde el 11 de septiembre de 2001, las tres voces de la esperanza han mantenido una intensa producción, tan exuberante en sus expresiones como densa en sus silencios, que resulta difícil acotar sus fronteras. La espera teleológica, la apocalíptica y la profética, se conforman en gamas graduales y continuas como los colores que responden a frecuencias distintas. ¿Cabe preguntarse, sin cinismo, sobre los brotes, que gesticulan una historia esperanzada en el interior de la guerra? ¿Dónde están y con qué materiales se construyen? ¿Cuáles son los mimbres de la esperanza, que nacen en el lugar de la pérdida y traen energías para salir adelante y construir esperanzadamente la historia?
38Para significar este nuevo estatuto de la esperanza, hablaremos de factor teleológico (T), apocalíptico (A) y profético (P). Con ellos queremos expresar su estrecha relación y dependencia respecto a los sujetos humanos, individuales y sociales, que los generan y poseen; expresan los hábitos del corazón, que se despliegan en energías anímicas y fuerzas subjetivas; en segundo lugar queremos expresar su estatuto de capital social, conocimientos colectivos y representaciones sociales sobre los modos de relacionarse los humanos y proyectar su presente y su futuro. Por último, con la palabra factor queremos identificar el imaginario social, que se sustancia en informaciones y expectativas, en rumores y ficciones en torno al conflicto bélico.
39La guerra en Irak, en el umbral del siglo XXI, ha sido un revelador de los tres factores en situación límite. En ella se ha evidenciado el ejercicio hegemónico del poder, que se ha expresado y cultivado mediante el factor T; la presencia irracional de la violencia mediante el factor A y la responsabilidad moral de algunos individuos y organizaciones sociales mediante el factor P. ¿Por qué y para qué la guerra? ¿Qué grado de legitimidad posee? ¿Es una estación terminal o un lugar de paso hacia otro estadio?  
40El factor T ha estado omnipresente en la guerra de Irak, tanto en el ámbito de actores como de narradores; sus convicciones, sus informaciones y sus imaginarios se han sobredeterminado en el discurso del poder. Ha servido para vehicular la posición de los vencedores, que resolvieron el conflicto con el ejercicio de la fuerza y el despliegue de la razón imperial.
41El factor A, por el contrario, ha alimentado a las víctimas de los ataques, a los perdedores del conflicto, a los que conocieron el lado oscuro tanto del régimen de Sadam como de la invasión de los así llamados aliados. El factor A se domicilia en los cautiverios y desgarros, que produce la voluntad descontrolada de poder.
El factor P ha caracterizado a la resistencia mundial ante la guerra, tanto la que se producía en ciertas instituciones como en las manifestaciones de plazas y calles. Se despliega como la voz de los sufrientes y se produce como ejercicio compasivo.
42La presencia constante de los tres factores, en primer, lugar impide que la historia se escriba sólo desde los poderosos y que la guerra se legitime sólo desde los vencedores ya que, como advirtió Mario Benedetti, “las cosas son según el dolor con que se miren”. Asimismo, cada uno de los factores ha hecho una recuperación desigual de la guerra justa y en consecuencia de la legitimidad de la invasión de Irak. En segundo lugar cada factor ha impregnado el imaginario colectivo de sueños y deseos, de informaciones y expectativas, de suerte que han proyectado el futuro desde distintos mapas emotivos y conceptuales. Finalmente, cada factor ha situado de distinto modo la guerra en el proceso actual de mundialización. Veamos cada uno de estos aspectos.

Miradas sobre la guerra

43- “Conectamos con Irak”- anunciaba la CNN al inicio de la guerra. El cronista oficial trasmitía noticias a pie de obra: “el ejercito aliado”, decía, “avanza lentamente hacia Bagdad; nada ni nadie se le resiste; su principal enemigo es una tormenta del desierto, que ha sorprendido a todos. Las operaciones van bien. Hay menos resistencias de las previstas. La población recibe con entusiasmo la presencia de los soldados aliados”
- “¿Dónde te encuentras?”, le pregunta el conductor del noticiero.
“Estoy en la retaguardia de los ejércitos aliados, donde se ha creado un dispositivo para la Prensa que ha sido seleccionada por los comandantes de los ejércitos aliados. Hemos sido elegidos para tal operación.”
La crónica tenía todos los componentes de la ideología del conquistador, que está sujeta a censura del comando militar; son los “reporteros incrustados”, que refuerzan las convicciones a favor de la guerra.
 De momento, sorprendentemente, la CNN anuncia que comunica con Teresa, una brigadista, que se resistía a abandonar el país:
- “¿Cómo están las cosas por ahí?”
- “Estoy en un barrio popular de Bagdad. Tengo el alma rota: mientras unos niños jugaban al fútbol con una pelota de ropa, caía un proyectil que acabo con la vida de muchos de ellos. Esto no puede ser... ¡Detengan la guerra!”.
44¿Qué diferencia hay entre una crónica y la otra? Son tonos y perspectivas tan diferentes, que de momento parecen hablar de acontecimientos distintos; lo cual si sólo fuera un asunto de interpretación no tendría más importancia pero se observará, que incide en la justificación ética de la misma guerra y en los comportamientos de fondo. No hay duda que el lugar de la mirada conforma la interpretación de los acontecimientos.

La mirada teleológica

Los productores de factor T en esta guerra, sólo escuchan “los ecos de su propia voz y se muestran sordos ante el trueno incesante de millones y millones de voces que en las calles del mundo están declarando la paz a la guerra” (Eduardo Galeano, La Jornada, marzo 2003)
45“Yo no he venido a Irak, -dice el mayor cronista de la teleología guerrera Mario Vargas Llosa-, a escuchar no sólo las verdades sino también las ficciones en que creen los iraquíes, pues las mentiras que se inventa un pueblo expresan a menudo una verdad muy profunda y son tan instructivas para entender una dictadura como las verdades objetivas”. El observador tiene razón, pero la cuestión consiste en saber a quién escuchas. Curiosamente se escucha “al periodista, militar, bon vivant y optimista director de un diario que, gracias a la caída del régimen, tiene ahora cuatro ediciones”; se escucha a la Asociación de Prisioneros Libres, que empezó a funcionar con el apoyo del Consejo Provisional, que dirige Paul Brenner, a la America´s Watch que ha reunido 25 testimonios de niñas secuestradas y violadas...
46 De este modo, las crónicas de Vargas Llosa desde Irak pasan de puntillas por encima de una parte de la tragedia, silencian el sufrimiento causado por la invasión, ocultan el fracaso mismo de la invasión. El optimismo del relator de la victoria se consuma mientras se engalanan las calles de muertos sin nombres. Se silencian las masacres estadounidenses, los civiles muertos y mutilados en las calles y hospitales: nada sobre la destrucción sistemática y el pillaje de la ocupación. Nada sobre las atrocidades militares... La teleología del desarrollo se construye sobre pirámides de sacrificios.
47La guerra, desde la perspectiva teleológica, sólo ha traído bienes. Gracias a la caída del régimen, se ha recuperado la libertad de prensa con “una frenética proliferación de periódicos” en cuyas redacciones “todo en el ambiente respira energía, diría incluso que alegría”. Todo transpira confianza y reconocimiento. Apenas se perciben en Bagdad críticas a las fuerzas de la coalición. Y si las hubiera, el factor T las neutraliza con el principio “antes peor”. “Soy optimista por una razón muy simple: peor que Saddam Hussein no puede haber nada. Después de esa experiencia atroz, sólo podemos ir para mejor” “¿Cómo después de un pasado donde se perpetraron horrores tan vertiginosos, no mostrarse esperanzados con el futuro, pese a los apagones, a la falta de agua, a la anarquía y la inseguridad?” (Vargas Llosa, El País, 7 de agosto de 2003)
48Y como el diagnóstico es inseparable del pronóstico, el cronista teleológico se permite aconsejar acerca del buen gobierno. “Bastará que los aliados anuncien la creación del Comité del Gobierno Iraquí para que la confianza de la población renazca, -además- se impondrá el orden ciudadano, se restablecerán los servicios e irán desapareciendo la incertidumbre y la inseguridad que reina ahora”.
49¿Cómo se justifica éticamente la guerra desde la perspectiva teleológica? La teleología ha hecho un gran esfuerzo para legitimar la guerra mediante la recuperación del derecho a la defensa. Si la guerra trae tantos bienes,«debemos estar listos para atacar en cualquier oscuro rincón del mundo», diráGeorge Bush. Resulta innecesario otro tipo de legitimaciones, pero ante el posible mal que causa, la conciencia moral del factor T invoca la necesidad de autodefensa, como castigo a los países, que conforman el eje del mal y como prevención de los ataques, que podrían producirse con armas de destrucción masiva. Ante la fuerza es posible defenderse con la fuerza. Ante el fenómeno difuso del terrorismo, que puede utilizar armas de exterminio masivo y matar a miles de inocentes, se puede y debe activar la guerra preventiva, afirma la teleología militar.

La mirada apocalíptica

50“Es el caos, como nunca antes he visto”, repiten incesantemente los habitantes de Irak al mes de la proclamación oficial de la guerra. “Lo que estamos viviendo es una gran humillación para el pueblo iraquí”, dice un iraquí que pasó veinte años en una cárcel iraní, mientras espera cobrar los sesenta euros que le corresponden como nómina por mantener la seguridad del nuevo régimen. “Ningún pueblo, concluye, acepta la colonización”. Violaciones y raptos, desencuentros y muertes, bombardeos sobre concentraciones civiles, escuelas y hospitales, los horrores, que trae la guerra a quienes la padecen, acompañan a la mirada apocalíptica.
51Las víctimas de uno y otro bando emiten lamentos, conjuras y quebrantos. Esta vez no es el desierto quien ha manchado las paredes de color de tierra, sino una invasión ilegal e injusta, que ha sembrado las calles de despojos y ruinas. Su mirada es difícilmente homologable y se resiste al espectáculo televisivo. La hora de la apocalíptica está marcada sobre la estatua que sostenía la imagen de Saddam: “All done. Go home” (Todo hecho. Vuélvanse a casa); mientras en la casa de los invasores se apodera el miedo: las ventas de cintas aislantes, máscaras antigás, píldoras antirradiaciones marcan el clima de histeria colectiva.
52Para la mirada apocalíptica, vivimos el paradigma de las imposturas modernas. Ignacio Ramonet, desde las crónicas de Le Monde Diplomatique, ha mantenido vivo el factor A al denunciar que “Bush, ebrio de poder, no dudó en fabricar una de las mayores mentiras de Estado”, al mostrar “que los grandes medios belicistas (Fox News, CNN y MSNC, Washington Post o Wall Street Journal) se convirtieron en órganos de propaganda, manejadas por la secta doctrinaria que rodea a Bush (Le Monde Diplomatique, Julio de 2003)
53¿Cómo afronta la apocalíptica la cuestión de la legitimidad de la guerra?. ¿Ha podido construir su propia visión ética o se ha reducido sólo al lamento? Para la apocalíptica ha sido decisivo, a la hora de calificar la moralidad de la guerra, el hecho histórico del potencial devastador de la tecnología bélica moderna, que puede comprometer incluso el futuro de la especie humana, de la biosfera e incluso de las condiciones de vida sobre el planeta. Desde este hecho, el factor A se opone a toda posibilidad de guerra justa.

La mirada profética

54La mirada profética hermana las convicciones con las responsabilidades e incorpora los afectos a la razón; está hecha simultáneamente de información y de sentimientos, de razón y de afectos, de inteligencia y de emociones. Como sugería, Theodoro Adorno “dejar hablar al dolor es la condición de toda verdad”.
55El factor P necesita tanto de las convicciones como de las responsabilidades. “Si para tener un salario, comentaba un general iraquí que había sido torturado en las cárceles del régimen de Sadam, debo denunciar a gentes de mi pueblo, desecharé la paga; no puedo renunciar a mis ideas por unos dólares.”
56Al aceptar como la realidad más real el sufrimiento de las víctimas, la mirada profética ha sido proveedora de rebeldía moral y de coraje cívico. Dentro de la barbarie de la guerra hubo depósitos de rebeldía moral como muestran los brigadistas; apenas ocuparon alguna página de la Prensa y sus voces se silenciaron desde el primer momento pero heredaban la tradición de la revuelta.Los brigadistas se conectaban con la cultura de las voluntades solidarias, al recuperar la plusvalía de la proximidad; algunos les llamaban escudos humanos, para significar que ponerse en medio es el arte mayor de la resistencia. Pertenecen a la estirpe de aquellas voluntades solidarias, que llegaron a las Torres Gemelas y sin preguntar por el color de la sangre ni por la nacionalidad de los muertos, escarbaron bajo tierra a la búsqueda de cualquier aliento. A la estirpe de aquellos, que, desde el dolor de la propia pérdida, se abrieron al sufrimiento de los otros, como aquel padre, que al saber que sus hijos habían muerto en el atentado a las Torres escribía una carta a la opinión pública que decía: “No declaren la guerra, en nombre de mis hijos”
57¿Qué pronóstico hace la mirada profética? Uno de los cronistas más lúcidos desde esta perspectiva, Edward W. Said ha denunciado repetidamente los componentes ideológicos, que subyacen a la guerra, sobre todo la perspectiva imperial “esa forma de contemplar una realidad distante y extranjera subordinándola a nuestra mirada, construyendo su historia desde nuestro punto de vista, viendo a su gente como súbditos cuyo destino no es el que ellos deciden, sino el que consideran mejor unos remotos administradores.” Y al hacer la denuncia, se ha visto tachado de “ser culpable del pecado cardinal de antiamericanismo y odiar lo bueno y lo puro” (El País, 25 de noviembre de 2002)
58El factor P tiene hoy un reto especial: mantener viva la memoria de una guerra, que no ha terminado a pesar de la escenografía de las potencias ocupantes y mostrar las interminables muertes de una parte y otra para que no se olviden, levantar la protesta ante decisiones éticamente insostenibles, como la que ha acontecido estos días al quedar legitimada la ocupación ilegal por parte del Consejo de Seguridad, sin ninguna participación de la sociedad iraquí (1.483 de 2003). Incluso cuando callen las voces en las calles, permanecerá la tarea histórica del profetismo.
59¿Cómo se ha situado el profetismo ante la guerra? Se ha recuperado el concepto de guerra justa para mantener, por una parte, la intervención humanitaria ante posibles genocidios y crímenes de lesa humanidad pero, por otra, se reconoce que la maquinaria actual de guerra es capaz de destruir la humanidad. En consecuencia, la intervención debe estar sometida a tres condiciones: que no sea decidida por un solo país sino por la comunidad de las naciones, debe respetar la inmunidad de la población civil y garantizar la proporcionalidad de los medios. En el caso concreto de Irak, el profetismo se ha encargado de señalar, que ningunos de estos criterios han sido respetados. En consecuencia, la guerra, como afirma Leonardo Boff, no es una solución para nadie, la paz es a la vez la meta y el camino.

Imaginarios de guerra

60En el interior de la guerra se han producido representaciones diferentes acerca de las salidas pacíficas al conflicto, acerca del nuevo orden internacional y acerca de las potencialidades para generar un mundo único e interdependiente. Son imaginarios, que mezclan informaciones y deseos, razones y sentimientos, ideologías y temores.

El imaginario teleológico

61El sueño de quienes declararon la guerra se sostiene y alimenta sobre el “logos” teleológico. En su interior laten los tres grandes supuestos de la teleología: ser portador, en primer lugar, de una historia e ideales sin tacha, que justifican la dominación y la invasión; ser, en segundo lugar, capaces de totalizar la historia en un sistema-mundo, más allá del cual sólo existe el mal y finalmente ser incapaces de entender “lo otro” y dejarse interpelar por él.
62En primer lugar, el factor T lleva implícita la representación mesiánica de unos ideales perfectos, que se procuran imponer de dos formas extremas. Se proclaman los “bienes incalculables”, que nacerán de la guerra: “construir una democracia moderna, tolerante, laica, pluralista, a la manera occidental” es el deseo de los invasores en palabras de Vargas Llosa. Al tiempo, se apela a la situación de barbarie, que vivía anteriormente el país: las fosas de cadáveres de la dictadura de Sadam se exhiben como justificación de la invasión militar. En ambos casos late el factor T, a saber, que el fin justifica los medios.
63En segundo lugar, el modelo imperial “busca expansión externa y reducción jurídica interna”. El derecho es la fuerza y la fuerza, el poder: es la sustancia de toda aventura imperial hacia fuera. Se trata a la vez de instaurar la hegemonía de Estados Unidos a nivel mundial, y a nivel interno, aplicar su programa de desmantelamiento de las conquistas progresistas logradas por las luchas populares durante el siglo XX (Noam Chomsky). En esa realidad imperial no hay espacio exterior, de forma que la opción por la guerra era la única posible. (Emilio Lamo de Espinosa). “Cada vez que estemos convencidos de algo, mostraremos el camino”, anunciaba Colin Powell ante El Foro Económico Mundial del 2003, de este modo la guerra hereda la tradición del “destino manifiesto”, que siempre ha justificado el imperialismo norteamericano” Dios designó al pueblo norteamericano como nación elegida para dar inicio a la regeneración del mundo” (Beveridge).
64En tercer lugar, la razón imperial necesita dominar la diferencia, que queda fuera del propio sistema en la medida, que es portadora de una visión total de la vida y del individuo. El presidente Bush declara, que EE.UU. dispone “del poder soberano de utilizar la fuerza para garantizar su seguridad nacional”. Hay que dominar la diferencia y conquistar lo que queda fuera del sistema: lo otro es hoy el árabe y el discrepante, el terrorista y el que cuestiona el cierre del sistema, todos ellos “incapaces de emplear la lógica y de decir la verdad, turbulentos y con instintos asesinos”. Los controles en los aeropuertos son la escenificación de este imaginario colectivo; en Florida se crea la base de datos Matrix con billones de datos sobre la vida de los ciudadanos. De este modo, se implementa una nueva estrategia de seguridad nacional definida por EE.UU.; se basa, hacia el exterior, en la hegemonía mundial capaz de responder con la fuerza a cualquier desafío e interpretarse “como líder, protector y gendarme mundial”. “La duda de que todo esto sirva para algo se queda para otro momento” (E. Said, “Perspectivas imperiales”, El País, 17 de julio de 2003).
65La seguridad como máximo valor autoriza a declarar una guerra preventiva, ante una amenaza que todavía no se ha materializado, que “puede ser imaginaria o incluso inventada” (Noam Chomsky). De este modo las autoridades de Estados Unidos creen poder prevenir los crímenes antes de que sean cometidos, bastará tan sólo “estar listos para atacar en cualquier rincón del mundo” (G. Bush). Hacia dentro, se impone la vigilancia total con el fin de evaluar el grado de peligrosidad del extranjero y su eventual participación en una actividad terrorista. Políticamente, “lo otro”, que en la guerra representaba la ONU o un sector amplio de países, quedaría reducida a ser un ámbito de debates, con el consiguiente desprecio por el derecho y las instituciones internacionales, o a ser la “vieja Europa” con el consiguiente desprecio de las grandes tradiciones democráticas. Desde el propio sistema, los otros son sospechosos, infieles, heréticos o presuntos terroristas.
66 El factor T impone la ideología del “todo vale”: mentir, falsear, ocupar, invadir, repartir el botín, atacar, amedrentar, amenazar, juzgar y en general practicar la doble moral. El fin, benévolo por definición, justifica los medios, medios que por supuesto nadie quiere: todos estamos contra la guerra dirán los gobiernos invasores. (José M. Tortosa, Le Monde Diplomatique, Agosto 2003).
67Los indicadores de la bondad de la invasión son la recuperación de la economía y la reactivación del mercado después de la guerra de Irak. El impulso de los resultados marcará la línea de flotación de la esperanza teleológica: Sol Meliá crece un 28%, Adidas un 22%. Commerzbank un 96% así suena el parte meteorológico de la teleología mundial un día cualquiera de la posguerra. El Fondo Monetario Internacional, como el sumo sacerdote de la teleología posbélica, anuncia la recuperación del crecimiento en EE.UU. con un alza del Producto Interior Bruto del 2,25% en 2003 y del 3,5% en 2004. A pequeña escala, los informantes de Vargas Llosa, le dirán: “¡cómo no van a estar mejor las cosas en Irak si antes yo tenía que beber ese alcohol venenoso que se vende a granel ¡y ahora bebo malteado escocés!”.

El imaginario apocalíptico

68La realidad de la guerra y sus consecuencias, en quien la padece, se construye primariamente a través del “logos apocalíptico”. El pueblo oprimido, bombardeado y marginalizado ha representado la guerra en clave apocalíptica, más cerca del drama que de la liberación; más cerca de los esclavos afro-americanos que de la conquista del Oeste. En la guerra de Irak, la esperanza se informa de lamento, y la visión de la historia de los pueblos marginados es apocalíptica y ese sentido apocalíptico les hace ver la historia como una serie de rupturas y de conflictos. El factor A se produce sobre el sufrimiento inocente. Según estimaciones de Naciones Unidas, la guerra provocará la muerte, la invalidez o el desplazamiento de más de 10 millones de iraquíes.
69En la guerra no se ha representado el bien y la bondad, sino un nuevo abismo, que sustituye al anterior, el vacío y la barbarie. No llegaron los portadores de la bondad, sino los representantes de una nueva colonización. No se exportará la democracia a Irak sino que importaremos los males, los métodos y los fines, que queremos combatir.
70En lugar de un mundo-sistema, se viven los fragmentos; “el terror destilado por todos los lados del sistema acaba por aterrorizarse a sí mismo bajo el signo de la seguridad: ésa es la victoria del terrorismo. Es el principio terrorista extrapolado a toda la población. La última razón es la de instaurar un orden de seguridad, una neutralización general de las poblaciones sobre la base de un no-acontecimiento definitivo. El fin de la historia, de alguna manera, pero no bajo el signo del liberalismo triunfante ni de la realización democrática sino sobre la base de un terror preventivo, que pone fin a todo acontecimiento” (Jean Baudrillard, “La máscara de la guerra”, Liberation,abril de 2003). Son fragmentos que están más preocupados por la discontinuidad de la historia que por su totalización. Se espera desde el vacío del terror y se atreve a anunciar el fin de la violencia incluso violentamente. Y se construye la protesta sobre el discurso de la victoria, un lamento, que se dirige a la vez contra Sadam y contra los aliados.
71El factor A se apodera de los guerreros y de este modo legitima la guerra ya que el Mal es el que llega sin prevención posible. Las “armas más peligrosas del mundo”, la encarnación del mal absoluto son amenazas inminentes. “Lo que se perfila es una desprogramación y una suerte de profilaxis de todo hecho que pudiera perturbar un orden mundial hegemónico”.

El imaginario profético

72Inequívocamente Juan Pablo II, a pesar de algunos de sus voceros más cercanos empeñados en debilitar su mensaje, se alineó con el imaginario profético al proclamar que “cuando la guerra, como en estos días en Irak, amenaza el destino de la humanidad, sólo la paz es el camino para construir una sociedad más justa y solidaria” (22 de marzo de 2003). En consecuencia, la guerra sólo construye una sociedad injusta e insolidaria.
73Norman Birnbaum, profesor emérito en la Georgetown University denunciaba que “el ataque contra Irak no es más que el último, si bien el más flagrante episodio en la campaña del Gobierno de Bush para destruir el sistema de leyes y tratados internacionales que tanto ha costado construir y que ha dado a nuestro frágil y brutal orden internacional una mínima coherencia moral”.
74Pero, sobre todo, ha sido en las manifestaciones por la paz donde ha emergido el imaginario profético. En las calles de Roma, Londres, París, Madrid, Atenas, Seúl, Manila, Nueva York y en otros cientos de ciudades y pueblos pequeños, millones de trabajadores, de pobres urbanos, de campesinos, de jubilados, de miembros de la clase media y de estudiantes, se han movilizado. Sus ejes básicos han sido los siguientes. “Hoy en todo el mundo, se decía en la declaración que cerraba la manifestación del 15 de febrero en Roma (2003), estamos demostrando que los hombres y mujeres, los pueblos y los ciudadanos pueden tomar en sus manos el propio destino y decidir juntos el futuro común”. El “apoderamiento” del curso de la historia, que somete la economía a la política y el negocio a la justicia, es un rasgo característico del imaginario profético.
75En segundo lugar, la necesidad de defender el derecho internacional, por el cual nadie puede tomarse la justicia por sus propias manos. “Estamos aquí para defender el derecho internacional. La respuesta al terrorismo no puede ser la venganza ni la guerra preventiva, que son expresiones del dominio del mas fuerte”. El sometimiento del poder a criterios racionales caracteriza al factor P.
76En tercer lugar, la defensa de la justicia frente a los intereses económicos y políticos ha sido un recurrente de todas las manifestaciones. “Uno de los objetivos de la guerra es el control del petróleo que alimenta la economía occidental... El Estado más armado del planeta quiere hacer la guerra a Irak en nombre del desarme”.
77Desde los surcos del profetismo, se percibe que “al sueño americano se le añaden pesadillas: el miedo al terrorismo, que pretende eliminarle con barbarie, sin cuestionar la injusticia, la opresión y el capitalismo que lo producen, y el miedo a perder el buen vivir que estructuralmente lo sostiene (Jon Sobrino, Junio de 2003). Se solicita al Papa que levante su voz para invitar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a plantear la objeción de conciencia ante una guerra que sólo logrará aumentar los sufrimientos (Appello al Papa de un grupo de cristianos italianos). “En nombre del Dios de la vida defendemos el desarme de los pueblos y la búsqueda de vías pacíficas para la solución de los conflictos” (Teólogos contra la guerra, Febrero de 2003) “No podemos admitir que contra la realidad personal e histórica del ser humano, se establezca una línea divisoria entre el Bien y el Mal: Quien no está conmigo está con el terrorismo” (Manifiesto El terrorismo de la injusticia, Madrid, Junio de 2002)

La guerra y la globalización

78La invasión de Irak, como la primera guerra de la era de la globalización, ha desvelado también, que hay distintos procesos de mundialización realmente existentes. Por una parte, la globalización, que está impulsada por las fuerzas económicas y por las empresas multinacionales, ha utilizado la guerra como ocasión para fortalecer el mercado de las armas, dinamizar el mercado mundial y crear las condiciones para la hegemonía de EE.UU., que de este modo controla y vigila. Una segunda globalización, que está impulsada por instituciones políticas nacionales e internacionales, se ha activado en torno a la voluntad de paz mediante nuevas alianzas y coaliciones, que rompen los actuales equilibrios geopolíticos. Finalmente asistimos a una tercera globalización, que se sostiene sobre la movilización de la sociedad civil, ve en la guerra el factor reactivo más importante para la emergencia de una sociedad civil mundial en torno a “otro mundo posible”.
79De este modo, en el interior de la globalización neoliberal, la guerra se postula como un nuevo motor, que se agrega al económico, al medioambiental y al tecnológico. Para la globalización de los derechos y de las responsabilidades, la guerra está siendo una ocasión para que los gobiernos y las organizaciones internacionales creen un nuevo marco institucional. Para la globalización desde abajo, el conflicto bélico ha sido un nuevo espacio de la sociedad civil mundial. Cada una de las tres globalizaciones realmente existentes afronta el desafío de la guerra con distintos registros.

La globalización neoliberal

80La globalización neoliberal ha encontrado en la guerra de Irak un balón de oxígeno para su propia pervivencia; no sólo por el comercio de las armas, que se ha convertido en el comercio más buscado, sino porque, como escribía Thomas Friedman, consejero de la ex secretaria de Estados Unidos Madeleine Albright “para que la globalización funcione, Estados Unidos no debe tener miedo de actuar como la superpotencia invencible, que es en realidad… La mano invisible del mercado no funcionará jamás sin un puño invisible. McDonald´s no puede extenderse sin McDonnel Douglas, el fabricante del F-15. El puño invisible que garantiza la seguridad mundial de las tecnologías de Silicon Valley se llama el ejército, la fuerza aérea, la fuerza naval y el cuerpo de marines de los Estados Unidos” (New York Times Magazine, 28 de marzo de 2002).
81La lógica de la guerra ha contribuido a la “globalización predatoria” y ha situado los intereses de la industria militar por encima de los derechos humanos, de los proyectos políticos, de las leyes internacionales, de las necesidades sociales y de las prioridades ambientales.
82Las consecuencias son conocidas: se reducen los espacios para la política, se agrandan las desigualdades sociales, se agravan las crisis ambientales y se introduce más fragilidad e inestabilidad en el sistema mundial. Pero, sobre todo, morirán inocentes, se alimentará la espiral del terror y se desplazará la constitución de la ciudadanía mundial.

La globalización del derecho a la paz

83La emergencia de la guerra y la necesidad de afrontar sus resultados más allá de los Estados nacionales, ha producido otro proyecto de globalización, que consiste en universalizar los derechos y las responsabilidades desde las instituciones nacionales e internacionales. Gracias a este proceso nacen valores comunes sobre los derechos humanos, sobre el medio ambiente, sobre la seguridad mundial, sobre el desarrollo sostenible, sobre el Tribunal Penal Internacional. En el contexto del conflicto, la futura constitución europea ha reconocido la paz como un valor fundante de la Unión.
84La globalización de los derechos y las responsabilidades, que está liderada por algunas instituciones nacionales e internacionales, ha encontrado en la paz la posibilidad de ganar un espacio institucional para un nuevo orden mundial. Desde los inicios del conflicto, una cascada de medidas permite observar un nuevo escenario para la paz. El PNUD, en su Informe anual sobre Desarrollo humano, ha vuelto a proponer la reorientación del gasto militar mundial a favor de la lucha contra la pobreza, ha creado la necesidad de desmontar el mercado clandestino de armas. Pero, sobre todo, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha elaborado unas referencias institucionales sobre la legitimidad de la guerra, como forma de resolver el problema del nuevo terrorismo internacional.
85El secretario general de Naciones Unidas lo expresó el 28 de enero de 2002 con estas palabras: “Creo que a la larga comprenderemos que los derechos humanos junto con la democracia y la justicia social, constituyen la mejor profilaxis contra el terrorismo. No hay ninguna contradicción entre una acción eficaz contra el terrorismo y la protección de los derechos humanos”.

La globalización de una sociedad mundial pacífica

86En torno a la guerra, irrumpe el espíritu de la mundialización, que tiene sus cajas de resonancias en las manifestaciones a favor de la paz y sus barómetros en los foros anti-globalizadores y en los consejos ecuménicos. En torno a la guerra, se ha producido una presión desde abajo, que moviliza las conciencias y obliga a la clase política a saldar las cuentas con la voluntad popular. Jóvenes y ancianos, religiosos y sin religión, políticos y apolíticos, blancos y negros, gente común visibilizaban una sociedad otra. Son ciudadanos del mundo, de todas las lenguas y culturas, que se reconocen y se encuentran en una única comunidad, en torno a un tema capital, que contiene al mismo tiempo valores ideales e intereses políticos y económicos.
87Este tercer proyecto de globalización responde a los esfuerzos que la sociedad civil mundial hace en orden a generar desde abajo nuevas metas de humanización y emancipación, que parecen alcanzables: la erradicación de la pobreza, la emergencia de la ciudadanía mundial, el camino hacia el universalismo moral y jurídico, la mejora sustantiva de la educación y la salud. Su lema es “otro mundo es posible”. Las manifestaciones por la paz no son un instrumento electoral, aunque algunos se hayan sentido tentados a hacerlo y otros las hayan querido descalificar por lo mismo, ni unas alianzas meramente estratégicas, aunque detrás de cada alianza subyacen intereses económicos y políticos, sino un modo sustantivo de ser, que se despliega en una doble identidad: de resistencia y de proyecto, de protestas y propuestas.
88Desde las protestas ciudadanas, se denuncia la conexión entre globalización capitalista y dominación militar. Los detonantes mundiales de las protestas han sido los intereses que se esconden detrás de la guerra, y las mentiras que se aducen para justificarla. Son las voces que vienen de las “fosas que surcan el camino del progreso”.
89Asimismo, se abre un nuevo compromiso con propuestas, que desarrollan la conciencia mundial de la interdependencia, se despliega voces a favor del pacifismo y se invoca la responsabilidad política frente a todos los intentos de borrarla en la conciencia de la gente. La voluntad de paz permite el nacimiento de relaciones y acciones colectivas sin fronteras, independientes de los Estados y de los mercados, a favor de una justicia global, que se despliega en una multitud de luchas locales, que promueven a nivel transnacional una democracia sustantiva y radical como alternativa al neoliberalismo y cuya centralidad la ocupen los desheredados de la tierra y los desposeídos del capital. “Creo que ganaremos, dice James Petras, no con la fe del visionario, sino con la convicción de que nuestra lucha representa lo mejor del género humano” (Rebelión,16 de febrero de 2003).
90Rastrear la esperanza, con sus distintos ropajes, en el interior del conflicto bélico significa reconocer que la historia no está vencida por la barbarie sino que parpadean signos, tan frágiles, de otra realidad emergente, señales de otra historia que han ido construyendo los sueños diurnos de la humanidad; incluso en contextos bélicos de máxima postración, germinan en su vientre campos magnéticos, que se resisten al desaliento y a la resignación.
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Notas

1  Las tesis del artículo están desarrolladas en el libro del autor Paisaje después de la catástrofe. Códigos de la esperanza. Sal Térrea, Santander (en imprenta)
2  Sabato, E. (1999) Antes del fin, Seix Barral, Barcelona, p. 187.
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Para citar este artículo

Referencia electrónica

Joaquín García Roca, « Voces y susurros de la esperanza », Polis [En línea], 6 | 2003, Puesto en línea el 20 septiembre 2012, consultado el 09 mayo 2013. URL : http://polis.revues.org/6428 ; DOI : 10.4000/polis.6428
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Autor

Joaquín García Roca

Doctor en Sociología y Teología y profesor de Políticas Sociales de la Universidad de Valencia

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